El poder de la electricidad es algo en lo que muchas personas no piensan, hasta que se lo quitan. Ya sea el posible poder político de las masas o la influencia de un amante sobre una persona. Todos queremos algún tipo de poder en nuestra vida aunque sólo sea para tener más opciones. Sí, porque estar sin opciones, sentirse completamente impotente, bueno, es muy parecido a quedarse a solas en la oscuridad.
A pulso y boli bic
domingo, 3 de marzo de 2013
sábado, 2 de marzo de 2013
¡!
Las rosas son preciosas, y sin embargo tienen espinas. Las mimosas se estremecen cuando alguien las perturba. Las gacelas escapan cuando son perseguidas, toda abeja tiene un aguijón, toda liebre huye cuando escucha unos disparos. Todos los seres han nacido con un "caparazón", pero, ¿y nosotros? Más allá de las los gatillos y las balas, lejos de cualquier arma blanca, dejando a un lado toda bomba, veneno o intención tortuosa. ¿Cuál es nuestra fortaleza? ¿Dónde están nuestras espinas y nuestro aguijón? ¿Qué tenemos, que fiarnos de la protección de un Dios? ¿Qué es de nuestro escudo? El dolor no entiende de armaduras, franquea todo tipo de barreras. A veces una palabra duele más que cualquier lanza, flecha, pistola o espada. ¿Serán las lágrimas nuestra fortaleza? No, las lágrimas no impiden, sino que fomentan el dolor y anudan la garganta con la mejor de las lazadas. Están saladas y juegan a correr la maratón por nuestras mejillas, perdiéndose por debajo de la nuez, enrojecen rostros y empañan miradas. Suelen aparecer a menudo, no hay que ir más allá que a un momento de somnolencia. No obstante, otras veces cuando llega el dolor se desbordan y salen, salen, salen hasta que apenas quedan. Llorar duele, da igual llorar por una pérdida, por haber cometido un error o por decepción. Los bebés nacen llorando con pánico a un mundo nuevo, pero a medida que crecemos, lloramos por diferentes razones. Razones justificadas y sin justificar, de causas mayores y menores, por motivos veraces o equívocos, pero lo hacemos. En silencio, muchas veces en la cama, empapando la almohada y mojándonos algún mechón de pelo. Mordiéndonos el labio, abrazados a las sábanas, deseando que termine ese momento. Si tenemos suerte, Morfeo nos verá y, compadeciéndose de nosotros, dejará que nos sumemos en un sueño profundo. Qué cobardes, dirán algunos. Qué ignorantes, qué inmaduros, qué afortunados de no haberse sentido así. Llorar no es malo y sin embargo nos escondemos avergonzados. Evitamos que nos vean cuando peor nos encontramos. Y a veces lo que más necesitamos es un hombro en el que apoyarnos, una mano que apretar, el calor de un abrazo, una mirada, un beso rápido, qué más da. Creo que al fin y al cabo eso es exactamente nuestro mejor escudo. Alguien. No me refiero en tener que contarle a alguien por qué lloramos, a veces no es necesario. No es el hecho de decirlo, ni de contarlo, defendiendo que el silencio es el mejor amigo de la confianza en muchos casos. Lo importante es que haya alguien siempre ahí a tu lado, cuidándote por detrás. Alguien que te ofrezca ese hombro y ese abrazo. Alguien capaz de enjugarte esas lágrimas saladas traicioneras y sacarte una sonrisa, por tímida que sea. Alguien que merezca la pena, alguien a quien querer. Y que te quiera.
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