Hemos llegado a un punto que yo no sabría explicar con palabras. Llevo meses intimando con los chopos; los he visto cambiar a lo largo de este tiempo, los he visto con hojas, pero luego se le cayeron y el suelo se tapó con una alfombra a juego con el río que iba hasta arriba, lleno. Ahora todo está verde y el sol se cuela juguetón entre las ramas, aunque a veces hace viento y me despeino. Siempre en el mismo sitio, o casi siempre, me siento tan a gusto con lo que me rodea que podría pasarme horas mirando a la nada sin inmutarme, con los ojos cerrados, escuchando cantar a los pájaros que nos miran desde las alturas. El tiempo pasa, es inevitable, los relojes se paran y sin embargo el tiempo sigue corriendo ansioso por llegar a su meta inexistente, al final del infinito. Tú lo ves pasar, yo lo veo pasar, el mundo lo ve pasar. Y me gusta ver como pasa mientras te ríes, mientras chillo si veo un bicho, cuando me enfado y no respiro. Me gusta, claro que me gusta. Tú también intimas con los chopos, es algo a lo que me he acostumbrado, algo que hacemos juntos. Aunque sin tu sonrisa a mi lado ten muy claro que no sería lo mismo. Para nada lo sería. Y es con tu sonrisa con lo que me quedo de todo esto que te he dicho.
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