Voy a contarte una historia. Sí, una de amor, la más bonita, dura, complicada, la más especial sin duda.
Lo conocí por casualidad, y eso que dicen que las casualidades no existen. Y se me paró el mundo, juro que se me paró el mundo. Decir que era perfecto se queda corto, porque te aseguro que lo tenía todo. Por él lo dejé todo. No me arrepiento, fue la mejor decisión que he tomado nunca, a pesar de que sabíamos que lo nuestro era una historia difícil. Una historia de película, basada en besos con sol y bajo las estrellas, de buenos días y buenas noches; en caricias suaves; sonrisas que brillaban y poco a poco enamoraban; palabras susurradas a escondidas a contrarreloj. Qué besos. De verdad, indescriptibles, lo tenían todo, como él, porque transmitían todo en centésimas de segundo, y enganchaban, aún puedo recordar su sabor. Puedo recordar sus ojos, su piel, su voz, como si fuera ayer y como si lo tuviera conmigo. Aún sueño con despertarme otra vez a su lado y sonreír, aunque sé que ya no es posible. Y como toda película tuvo su final, uno de estos entre lágrimas y dolorosos. Creo que él es el único por el cual me he sentido tan feliz, tan niña, tan tranquila; no obstante si por alguien lo he pasado mal, ha sido por él. Dicen que si no es capaz de hacerte daño es que no lo quieres. Pero llega un punto que cuanto mejor te sientes, más duele la caída. Nos separamos y seguíamos hablando, nos seguíamos queriendo. Cada día sentía que lo quería un poquitín más. Demasiada nostalgia, distancia, tiempo, angustia, amor, atracción; todo un cúmulo de cosas. Pero te aseguro que no hubo un solo día de aquí a hoy en el que no lo haya pensado, en el cual no haya recordado lo feliz que fui a su lado. Porque mi sueño desde entonces fue verlo otra vez, a pesar de las dudas, los miedos, los kilómetros; yo necesitaba verlo otra vez. A veces intentaba que la idea desapareciera, cuando no hablábamos, cuando me ponía celosa, cuando estaba triste, sin embargo me enseñaron a luchar por lo que quiero, y a él lo amo.
Así que hoy escribo como testigo de que los sueños se cumplen, si uno se lo propone, si uno no se rinde aunque se compliquen las cosas. Mi mayor sueño era volver a verlo. Mi chico perfecto, él único capaz de enamorarme, el único.
Porque volvimos a encontrarnos en un cruce de la vida, y volví a sentir todavía más fuertes esas cosquillas en el estómago; volvieron a temblarme las piernas, la voz se me volvió a quebrar, se me congelaron las yemas de los dedos después de tantos meses que parecieron años. De nuevo aquella sonrisa, aquella mirada, aquellas manos. Y los besos. Mis besos. Nuestros besos. Esos que me hicieron volar, uno de los mejores recuerdos que tengo a lo largo de mi vida.
Ahora todo vuelve a la rutina de siempre, vuelven los tiempos duros. La verdad, no sé qué va a ser de nosotros ahora, tampoco lo sabía muy bien antes. No sé si volveremos a hablar; no sé si se acuerda de mí y si en este momento está pensando en mí; no sé si ha encontrado a otra mejor que yo ni si algún día volveremos a vernos de nuevo.
Y lloro, vuelvo a llorar como antes, cada noche, aferrándome a los recuerdos, a todo lo bueno, esquivando lo malo, evadiendo lo pésimo. Porque sigo pensando en esto de seguir luchando por un sueño, aunque sea prácticamente imposible. Y, a pesar de todo, necesito y quiero volver a verlo. Lo amo, creo que de sobra lo notas. Lo amo más que a nada ni nadie, me importa más que un todo, aunque tenga que aprender a vivir sin él. Pero me es imposible olvidarlo y yo tampoco es que me lo haya propuesto.
Esté donde esté ahora, y con quien esté, aquí me tiene, a unos cuantos pasitos, pensando en él, como nunca. Lo que no quiero es que esto suene a despedida, ni mucho menos que lo sea, es demasiado imprescindible en mi vida como para eso.
Que genial
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