Ese momento justo antes de ser consumida por el sueño, con la luz apagada, con el calorcito de las sábanas contrastando con el frío de la pared. Yo suelo abrazarme a la almohada y ponerme los cascos muy bajito, preferiblemente escucho baladas. Y entonces ocurre, como algo automático, mi mente se libera y los pensamientos vuelan como golondrinas emigrando al sur. Aparecen imágenes en mi cabeza, algunas en forma de recuerdo, otras en modo subjuntivo expresando deseo, y se mezclan entre ellas formando y modelando historias a su antojo a ritmo de unos acordes que poco a poco se apagan. Suelen ser historias bonitas, de esas que volverías a escuchar. Pero cuando me acerco al final, al momento al que quiero llegar, en una centésima de segundo mi conciencia se cierra, devastada por el cansancio, y cualquier posibilidad de soñar con el final de mi cuento, cae en el olvido.
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