Odio la poesía, odio leerla y soy la persona más patética a la hora de escribirla. Sin embargo escribo, escribir es una parte de mi vida, prosa, no sé si talentosa, pero creo que soy capaz de dibujar mis sentimientos con mi caligrafía en un par de líneas. A veces entremezclo emociones, expreso mis miedos, cuento traiciones aunque de esas prefiero que haya pocas. Me gusta coleccionar recuerdos que huelan a hoja de papel, tengo cuadernos llenos, que al leerlos me emocionan. Escribo cuando estoy feliz, contando mis alegrías, y si tengo que desahogarme, primero es con el papel. Mis dedos se pierden en el teclado y empiezan a salir solas las palabras cuando se me ilumina la bombilla. A veces escribo cosas malas, cosas que no son bonitas, pero en la vida no es todo bonito; a veces, las escribo buenas, cuento memorias y alguna que otra vivencia. Escribiendo intento expresar el cariño que se me cuela, que no sé explicar en ocasiones, y cuento confesiones. Un poco de todo, nunca he tenido que seguir un guión ni pensar para escribir. Basta con poner la música adecuada, en el momento adecuado, cerrar un instante los ojos y... voilá, sale solo. Muchos momentos están guardados en mi habitación, en cajones, estanterías o lugares perdidos, no están ordenados, mi mente tampoco lo está, pero a veces aparecen por sorpresa y sin avisar, sacando una sonrisa al ver mi estado de ánimo en mi letra irregular, que se ha deformado al escribir deprisa una palabra que se desesperaba por salir. Y claro está, que la vida, al menos la mía, tiene muchos momentos. Y yo me niego a olvidarlos mientras pueda secuestrarlos con un lápiz, un boli y un trocito de papel.
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