A pulso y boli bic




lunes, 9 de julio de 2012

Robando los caballos de un tiovivo.

Todo el mundo habla del primer amor, ese que se tiene cuando uno es un crío, como algo de gran importancia, como algo que marca. Si me piden a mí una opinión acerca de ello, diría que eso es una chorrada, deletreado y en mayúsculas. Cuando eres un niño tienes que jugar, corretear, mancharte la camiseta de chocolate y emocionarte cuando se te empieza a mover un diente, no pensar en sentimientos. Y en mi caso eso del "primer amor" no es aplicable porque creo que nunca he sentido amor por mi novio del parvulario, que me traicionó al delatarme cuando me corté el pelo en clase. Tampoco he sentido tal cosa por ningún otro parecido, simplemente porque cuando era una niña lo único que me preocupaba era ganar cuando jugaba al escondite. Así que digamos que el primer amor no existe, ni el segundo, ni el tercero; no sé quién sería el ignorante que decidió un día que había que numerar esas cosas. Las matemáticas no se aplican en el corazón, panda de idiotas, porque pueden pasar por tu vida todas las personas que quieras, que muchas se irán sin dejar la más mínima huella. Hasta que un día, cuando menos te lo esperas, cuando no lo buscas ni lo pretendes, aparece alguien que lo cambia todo. Y ese alguien, aunque llegue después de otros, aunque ya no seas niño cuando entre por la puerta, ese va a ser el que importe de veras. Y no, no te darás cuenta de lo especial que llega a ser en tu vida hasta que, con el paso del tiempo, tú misma compruebas que con él el corazón te sigue dando un vuelco a la mínima. A eso, y solo a eso, sí que se le puede llamar primer amor. Sin embargo, yo tampoco lo hago. Eso para mí no tiene un nombre tan rebuscado. Eso para mí es amor. Amor asecas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario