Hay muchas formas de echar en falta las cosas, y a las personas. A estas últimas, por muy cerca que las tengamos, a veces las sentimos más lejos que nunca, aunque no sea así. A veces, no vuelven. No porque no quieran, sino porque no pueden. Y aprendemos a vivir con ello, o al menos lo intentamos. Pero no las olvidamos, eso nunca, en ningún caso. Después están ese tipo de personas que salen de nuestra vida de forma voluntaria, que se van porque quieren, o porque incluso en ocasiones las echamos. Esas personas igual de importantes que las primeras, pero que a diferencia de ellas, siguen ahí, en la otra acera, en la terraza de algún bar, subiendo unas escaleras. Y aprender a vivir sin ellas cuesta, porque no desaparecen, y nosotros tampoco podemos hacerlo. De estas tampoco nos olvidamos, puede que a veces lo que intentamos es recuperarlas. Dicen que el tiempo cura todo, que al final se acaban marchando, sin hacer daño. Yo es que la verdad nunca he probado. No se me dan bien esas cosas, y a decir verdad, creo que nunca he querido intentarlo.
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