Con la llegada del otoño empezaron caer las hojas y el suelo se cubrió de un manto de tonos ocres y amarillos. Todavía no hacía frío, pero una brisa suave jugaba con su pelo. Olía a lluvia y a hierba mojada. El río había subido y cada vez se veían menos patos, aunque de vez en cuando las truchas saltaban como auténticas circenses en medio de un espectáculo. Entre chaparrón y chaparrón algún rayo de sol se abría paso entre las nubes y se reflejaba en los charcos de la acera. La gente caminaba con prisa mientras ella se preguntaba hacia dónde iba, con paso lento y sin un rumbo determinado. Los acordes de una lista de reproducción aleatoria silenciaban a cualquier otro ruido. Con el otoño se fue el verano y con él muchas otras cosas. Tal vez se las había llevado el viento. Se acercó a la orilla del río y se sentó en una piedra. Tenía los botines un poco sucios, pero no le dio importancia. Se cerró la chaqueta y suspiró. Olía a tabaco, a pesar de que ella no fumaba. A veces necesitamos ir a algún sitio para encontrarnos, y es que muchas veces no tenemos ni idea de quiénes somos, ni de quién queremos ser. En ocasiones nos perdemos sin darnos cuenta, sin pretenderlo, sin buscarlo. Olvidamos un pasado que tenemos que tener presente y pensamos en un futuro que todavía no ha llegado. Somos gracias a lo que fuimos y seremos gracias a lo que somos, por eso... ¿quienes somos? Los recuerdos empezaron a llegar como si de un gran torbellino se tratase. Imágenes de momentos que hacía mucho que habían ocurrido, rostros de personas que habían salido de su vida y otras nuevas que habían aparecido. Un ir y venir de experiencias se arremolinaban en torno a ella, y una explosión de emociones la invadía. Recordó sus errores y aciertos y se lamentó de no haber hecho lo correcto en algunas ocasiones al mismo tiempo que se sonrió a sí misma por haber escogido bien en otras. Recordó momentos difíciles, enfados, discusiones y las lágrimas que vienen incluidas con esas cosas. Recordó miradas de ternura, besos y caricias. Es trascendental que nos encontremos para no creer que somos algo equivocado, no creer que somos alguien que otros quieren que seamos. Y de pronto, ella se dio cuenta de que seguía estando ahí, que nunca había desaparecido. Seguía siendo la misma niña de hace unos años, tal vez más alta y más crecida, pero igual de risueña, de alegre, de cabezota, de sensible y de maniática. Seguía creyendo en la ilusión, en eso de que los sueños se cumplen y de que podía conseguir todo aquello que se propusiera. Mucha gente la había abandonado con el paso del tiempo, puede que incluso ella tuviera culpa de perder a algunas personas. Pero no se arrepentía. No echaba de menos a nadie que ella misma había echado de su vida, ni tampoco aquello que ella había rechazado. Le gustaría recuperar muchas cosas y revivir momentos del pasado, a pesar de todo. Pero lo pasado pasado quedaba y, como en los libros, las páginas seguían pasando. Sonrió por aquello que había llegado nuevo, sintiéndose afortunada, sin descartar que eso también podría esfumarse alguna vez. No sabía qué iba a ser de ella en unos años, ni qué quería, ni cómo, ni cuando, ni si se marcharía gente y vendría otra nueva. No sabía qué quería estudiar, ni dónde le gustaría vivir, ni si iba a encontrar el amor de su vida. No sabía nada. No obstante, tampoco sabía qué había esa noche de cena, ni qué iba a hacer mañana. Así que le dio todo igual. Lanzó una piedrecilla al agua y ésta rebotó un par de veces hasta perderse para siempre en el fondo del río. Miró al cielo. Y es que con la llegada del otoño no solo vienen lluvias, sino que también hay atardeceres preciosos.
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