A pulso y boli bic




jueves, 28 de junio de 2012

Coucou, mon amour.

El mundo es variopinto. Hay gente extraña, aunque claro, ¿qué es para nosotros lo normal? Hay personas que son como un libro abierto, que las miras y puedes devorar capítulos de emociones sin necesidad alguna de articular palabra. Hay otras que son todo lo contrario, que cuando las miramos nos chocamos con unos ojos de hielo y rebotamos. Pero ante todo, yo no encuentro un término medio entre ambas, y podría decir más que la primera definición encaja más con mi forma de ser. A veces me gustaría ser una muñeca rusa, de esas que las abres y te encuentras con otra, y otra, y otra más. Capa a capa, podría reservarme muchas cosas para mí, sería fácil no posicionarme ante nada, u ocultar mis emociones, tragarme mis palabras. Siempre habría un muro infranqueable que le impidiera a nadie meterse donde no le llaman. Pero, ¿sabes? Habría un problema, bueno, no, no sería un problema. Siempre hay excepciones que confirman la regla. Las muñecas rusas están hechas de madera, y la madera con fuego se quema. Y cuando te miro, adiós madera y adiós muñecas. Y en un segundo todo se desmorona y la verdad es que me da igual, no me descoloca. Eso podría ser la explicación a muchas cosas. He aprendido a mirarte sin bajar la vista y sonreír como respuesta a los silencios, a callarme cuando quiero decirte más de lo que puedo. Me gusta. Me hace sentir bien, de sobra lo sabes. Por eso, a veces, tengo que pedirte que te marches, porque aunque el tiempo quiera pararse nunca lo hace, porque si por mi fuera, no te dejaría irte. Al parecer, las muñecas rusas también son capaces de ponerse sentimentales. Te voy a echar de menos.

jueves, 21 de junio de 2012

El último baile.

El "para siempre" no existe, yo no creo en él. Eso son palabras que pesan demasiado, es como decir "te odio" o "te amo", son palabras que uno debe pensarse bien antes de decirlas. Sin embargo, a pesar de discrepar de esa expresión, hay otra no menos importante: "desde siempre". Desde siempre en este caso son trece años, prácticamente mi vida entera, y también la vuestra. No recuerdo cómo fue el día que nos conocimos, pero sé que muchos lloraron ese día con el miedo de un niño de tres años que llega al colegio. Quién nos iba a decir que el tiempo volaría tan rápido y hoy mismo estemos a un día de marcharnos por la misma puerta por la que entramos. Tal vez yo no sea la persona que más sienta esta marcha, porque todos sabéis que no, no lo hago, pero sí que hay algo verdaderamente importante para mí en los pasillos por los que hemos corrido todos estos años: vosotros. Y es que nuestra vida empieza ahí, en la primera planta, en la casita de jugar a papás y a mamás o en la zona de las formas geométricas; empieza con el punzón y la plastilina y la taza con nuestro nombre para ir a beber, con el cojín de la asamblea y en la fuente sin agua para jugar a la peluquería. Hemos pasado nuestros lunes, martes, miércoles, jueves y viernes ahí, creciendo, cambiando de zapatos porque nos iban quedando pequeños, cambiando de clase y de profesores, enfadándonos y riéndonos. Hemos pasado momentos mejores y peores, y seguro que todos coincidimos si tenemos que contar alguna anécdota de nuestra infancia en el colegio. Todos recordamos el ordenador y los juegos de Pipo, las visitas de los Reyes Magos, la casita en la pizarra para apuntar los deberes, las manías de cada profesor; todos nos reímos al recordar cada bronca, cada canción que nos enseñó la madre Isabel. Nos han separado, y no obstante eso nos ha unido más que nunca, no solo como clase, sino como amigos. Hemos dejado atrás las diferencias y las rivalidades entre dos clases que se han llevado mal hasta que nos ha tocado ayudarnos con las láminas del Tamayo o compartir grupo en proyecto interdisciplinar. A pesar de los tantos y tantos roces que haya podido haber, es ahí donde se han creado muchas de nuestras grandes amistades. Hoy, mañana, y finalmente el martes, dejamos atrás todo esto y todo lo demás. Nos vamos, no sé muy bien dónde y no sé si todos juntos, pero nos vamos. Puede que en unos meses algunos ya no estén a nuestro lado o tal vez sigamos siendo la misma piña que somos ahora; puede que otros se queden por el camino y puede que a otros no les sea el turno de soltarse la mano. No sé qué va a ser de mi vida, mucho menos de la vuestra, pero si algo tengo claro es que no voy a olvidar a todas esas personas que han formado parte de mi vida. Por muy lejos que acabemos, por mucho que cambiemos y a pesar de los diferentes caminos que escojamos, no olvidéis nunca lo que fuimos, lo que somos ahora todavía. Somos una piña, un grupo, una clase, somos cuarto, somos únicos. Como dije al principio, no sé si para siempre, pero sí desde siempre. Juntos hemos completado trece años de existencia. Gracias por haber sido esenciales, imprescindibles y los mejores.

lunes, 18 de junio de 2012

Aires de gran ciudad.

El calor húmedo se me pega en la piel, se escuchan los acordes a lo lejos de los músicos callejeros y el claxon de los coches que luchan desesperados por encontrar plaza para aparcar. Hay puestos de flores, el top manta está a la orden del día y el"one flor, one euro" es el himno oficial del parque Güell. La gente camina agitada sin pararse a mirar a ninguna parte, con maletines, bolsas de la compra, cochecitos de bebé. Demasiada gente, es un sitio demasiado grande, no es difícil perderse. A lo lejos el mar, un mar azul a juego con el cielo. Los jóvenes se tumban en los muelles, personas por todas partes, heladerías, chiringuitos, vendedores ambulantes. Se acerca la noche, hay fiesta pero no la fiesta que yo conozco. Me siento rara, fuera de lugar, me hablan inglés, yo no soy inglesa. Me gusta y a la vez todo es distinto para mí. Todo es raro, todo es fiesta, no hay preocupación alguna; bueno, sí, que no te roben, pero es secundario. No me voy a meter en el mar porque no me gusta pero la playa es bonita y el agua que me hace cosquillas en los pies no está fría. Nadie me conoce, nadie nos conoce y podemos ser quienes somos sin que nos importe que alguien nos mire mal. Somos jóvenes, claro que lo somos. Yo no viviría aquí, para nada, no podría; sin embargo a pesar de que este no sea mi sitio, estoy cómoda. Vale, sí, me gusta. No podría sentirme mejor, pero me quedo con eso que dicen de "como en casa, en ningún sitio".

First award.


A mi familia le encanta viajar. Desde pequeñita me he acostumbrado a escaparme los fines de semana a conocer lugares nuevos y a pasar los veranos fuera, lejos del ruido de los coches y de la monotonía, pero sobre todo lejos de cualquier sitio que responda al nombre de “ciudad”. He aprendido a disfrutar de la calma de los lugares tranquilos, a apreciar el paisaje sea cual sea, a fijarme en los pequeños detalles que conforman la grandeza de las cosas. Tal vez sea ese el motivo por el que, a pesar de que yo no sea el mejor ejemplo para hablar de esto, de vez en cuando tenga conciencia para intentar eso de hacer el mundo un poquito mejor.
Siempre me ha llamado la atención la forma de hacer las cosas en los sitios pequeños. Por las mañanas todo el mundo sale con su carrito y se va a hacer la compra; y es curioso que, como en una escena de película americana, los niños van en esas bicis con cestita llevando el pan al mismo tiempo que hacen carreras entre ellos gritándose y riéndose. Allí cuando asoma el buen tiempo, verás las ventanas abiertas de par en par, dejando que la luz se cuele por ellas. Me encanta pasar por la calle y escuchar el runrún de una tele de alguna casa, el llanto de un bebé al que quizás se le haya caído el chupete o alguna risa de alguna pareja, como si yo también fuera un rayito de sol que me cuelo sin ser vista haciéndome partícipe de alguna historia ajena por unos segundos.
Yo soy la primera que cuando me piden un sábado a la mañana que baje a comprar el pan me quejo. ¿Por qué no llegará él solito hasta la cocina? Sin embargo, tampoco tiene que ser así. Supongo que al fin y al cabo no cuesta salir cinco minutos; como tampoco es para tanto ir hasta clase andando, aunque pasemos un poco de frío en esas mañanas que a uno le gustaría quedarse entre las sábanas; o tampoco nos hace falta tener toda la casa iluminada, a no ser que hayamos visto una película de miedo y no tengamos a quien abrazarnos.
Algo que también me llama la atención, las pocas veces que voy a una ciudad, es el contraste existente entre unas y otras, entre zonas y zonas. Podemos estar en una calle donde apenas hay suciedad y están los contenedores perfectamente colocados, a encontrarnos a la vuelta de la esquina en otra donde las bolsas de basura se acumulan unas encimas de otras.
No obstante, a pesar de todo esto, no es necesario viajar para ver lo que yo estoy contando ahora. Puede que nadie conozca los sitios que yo visito, pero no hace falta ir tan lejos.
Creo que todos hemos tirado alguna vez un papel al suelo, y creo que también todos hemos preferido en más de una ocasión un trayecto en coche a sobrevivir a esos días de lluvia en los que parece que se avecina un apocalipsis. Pero en los tiempos que corren, de vez en cuando, podríamos renunciar a un poquito de nuestra comodidad.
Vivimos en unos tiempos donde tenemos todo cuanto deseamos, donde se nos consiente aunque no sean las mejores épocas. No estamos en la Edad Media y tenemos medios suficientes para conseguir lo que queremos cuando lo queremos. Y sin embargo siempre queremos más, y siempre queremos lo mejor y lo más nuevo. ¿Qué nos cuesta vivir con un poquito menos?
Siempre he pensado que cuando nos dicen cosas como que debemos tratar de conseguir la paz en el mundo, acabar con la crisis o con la contaminación, nos hacen pensar a grandes rasgos cuando lo que debemos hacer es poner un poquito de nuestra parte pensando en cómo podemos ayudar nosotros, y no intentar ser superhéroes que quieren salvar el mundo. Siendo un poco realistas, no somos capaces de hacerlo.
No obstante, empezando por nosotros podemos hacer muchas cosas. Cuando vayamos por la calle, podemos esperar a llegar a una papelera y no tirar el envoltorio de un chicle o de un helado al suelo. Podemos separar la basura tal y como nos enseñan tantas veces en casa y en el colegio, apagar las luces cuando no hagan falta; podemos no comprar por comprar y comprar solo lo que necesitemos, utilizar la última hoja de la libreta que siempre pintarrajeamos para apuntar cualquier cosa que nos haga falta en algún momento sin necesidad de gastar trescientos folios, usar esas bolsas de tela que ahora hay por todas partes para ir a hacer la compra.
Al fin y al cabo no son grandes esfuerzos, son detallitos posibles en nuestro día a día, nuestra rutina. Detallitos que nos ayudan y que ayudan a los demás, que ayudan a nuestro entorno. Ya no solo por todo eso de contribuir con nuestro medio, sino también por reducir en la época por la que estamos pasando. Tenemos cabeza, y no es solo para peinarnos, también debemos ser conscientes de la realidad que nos absorbe. Y somos nosotros hoy en día, los jóvenes, quienes debemos mover las cartas a nuestro antojo. La partida no es otra que la de nuestro futuro y nuestra sociedad, y por mucho que otros ayuden, los jugadores somos nosotros. Debemos luchar, ayudar y poner nuestro granito de arena apostando por lo que queremos, por nuestras ambiciones. Y una de ellas es esa, aprovechar, saber vivir bien con lo justo, siendo todo eso que nos enseñan, en este caso un poco ecológicos, sin demasiados caprichos y con un poco de conciencia. A ninguno de nosotros se nos van a caer los anillos por meter el papel en el contenedor azul, la lata de coca-cola en el amarillo y las sobras de la comida en el verde. Muchos ya lo hacemos, ¿no? Y los demás no sé a qué están esperando, como he dicho antes, esto es como un juego y el juego ya ha empezado, el tiempo pasa y no va a esperar por nosotros. Así que sin más, vamos a ponernos en marcha, a sacarnos un as de la manga, y a ir a por todas. Vamos a jugar para ganar y a hacer con todas estas pequeñas cosas algo grande. Vamos a hacer de nuestro mundo un mundo mejor.

lunes, 11 de junio de 2012

Sorbiendo los grumitos del colacao.

Una sensación de incertidumbre la de no saber qué nos depara el mañana, el no saber qué va a ocurrir con nuestra vida, qué va a ser de nosotros, cómo nos va a ir. Es tan relajante y a su vez inquietante... No creo en el destino ni en la vida después de la muerte.Lo cierto es que me asustan más los vivos que los muertos. Me asustan muchas cosas, aunque no me guste hablar de mis miedos. El miedo es horrible, es una habitación oscura si escapatoria donde el silencio te pita en los oídos y puedes gritar pero nadie te escucha. ¿A quién le gusta el miedo? Sin embargo sí que me gusta la intriga, le da emoción a la vida. Prefiero no saber qué pasará al despertar, asomarme al dulce balcón de la ignorancia, para que al abrir los ojos, tal vez, pueda llevarme una alegría.


viernes, 1 de junio de 2012

Las estrellas se han escondido.

Adoro los yogures de limón, son mi perdición. Podría comerlos sin cansarme hasta hartarme. También me gustan los abrazos, me gusta que me los den porque siempre me ha cortado mucho darlos yo; me encantan los besos en el cuello, las caricias en la espalda, los "tequieros" bien bajitos y la crema catalana. Me conquista el sonido de una guitarra acústica, me pierde el tácto de las sábanas en las piernas y mi gran sueño es ver el Circo del Sol. No me gustan los finales demasiado felices, pero tampoco los trágicos, he llorado con Titanic pero no me ha ilusionado demasiado. Se me dan fatal las mates y sin embargo no las detesto. Mi mente es un verdadero caos, o al menos lo parece. También me gusta mi caos.