Odio los días grises porque tienen la facultad de quitarle todo color a mi vida. Cuando te levantas, aunque tengas que madrugar, y ves un sol radiante en tu ventana, todo se ve distinto que si cae el diluvio universal. Creo que si me paro a pensar, podría perder la cuenta de todas las veces que puedo llegar a quejarme, por cualquier tontería. Al fin y al cabo, todos nos quejamos de algo aunque sea una simple estupidez; y, al fin y al cabo, así nunca conseguimos estar satisfechos. Es absurdo, todos como robots, como autómatas actuando de la misma forma, siempre pidiendo más. Y, si nos preguntan “¿eres feliz?” siempre decimos que no. Siempre nos faltará algo, no existe nada capaz de llenarnos del todo. Pero es que la felicidad no es eso, ni mucho menos. Felicidad es levantarte una mañana y sonreír con lo primero que se te pase por la cabeza; felicidad es pasar una tarde aburrida o divertida con tus amigas, pero pasarla con ellas; es escuchar una canción que te llena de recuerdos; sonreír ante una llamada inesperada; comer tu comida favorita; acostarte pensando que vas a soñar y dormirte con el mejor de los sueños. A veces buscamos las cosas sin darnos cuenta de que están mucho más cerca de lo que pensamos.
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