Iría al mar, pero prefiero las montañas. He nacido para ellas, el mar está salado, la arena pica. La montaña es tranquila, hablas con el silencio, juegas con las mariposas y puedes tirarte en la hierba a dormir. Si hay nieve, puedes deslizarte por las laderas, hacer un muñeco, empezar una guerra. No me gusta la gran ciudad porque el ruido y el ajetreo me estresan, sin embargo quiero conocer Berlín, Roma, Londres, Nueva York, tal vez París. Venga va, coge y llévame donde quieras, a una cala escondida de arena blanca y olas suaves, o a la cima más alta para que veamos al resto del mundo a nuestros pies. Nos vamos sin equipaje, con una mochila, los cascos y comida, eso que no falte. Si vamos al monte, abrígate bien que no quiero que te constipes, y si no, coge el bañador, porque en cuanto escuche el oleaje me zambulliré creando espuma tras de mí. Date prisa, siempre igual. ¡Corre! ¿No ves que ya he llamado a un taxi?
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