A pulso y boli bic




sábado, 3 de diciembre de 2011

Aquí no existe el freno de mano.

Todos no hemos tropezado alguna vez con una piedra cuando íbamos caminando. Tropezar es inevitable porque como humanos nunca prestaremos el cien por cien de nuestra atención a dónde pisamos. Pero a veces somos demasiado conscientes de que unos pasos más adelante nos espera una caída y no somos capaces de evitarlo.Y, cuando caemos, nuestra mente analiza todos los detalles de nuestra caída sin la posibilidad de frenarla en un momento dado. Consecuentemente, cuando llegamos al suelo nos hacemos daño, y la herida a veces sangra. Como reacción a esto tenemos la opción de aguantar o simplemente se nos saltarán las lágrimas del dolor ocasionado. En mi caso, escojo la segunda. Sí, mírame, me estoy cayendo y no toco todavía tierra firme. Soy capaz de entrever todo lo que pasa a mi alrededor, sé quiénes son conscientes de mi caída y quiénes salen perjudicados. Pero no puedo parar, no tengo nada donde agarrarme para frenar todo esto. Me precipito al vacío, solo estamos yo y un todo negro.

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