A pulso y boli bic




miércoles, 14 de diciembre de 2011

Para gustos los colores.

Llovía. Aquella noche llovía a cántaros, hacía frío y el mar no estaba en calma. Pero ella no podía dormir por más que lo intentaba. Se levantó de la cama con su camisón blanco y el pelo alborotado. El aire y las gotas de lluvia repiqueteaban en su ventana. Cogió unas bailarinas y se puso una chaqueta cualquiera por encima para salir de casa, procurando no hacer el más mínimo sonido. Caminaba por las calles sin importarle lo más mínimo el agua que la mojaba; bajaba a la playa, decidida, pero a su vez sin buscar una dirección concreta y a un paso rítmico de procesión. Al llegar, se descalzó notando la arena fría y húmeda en sus pies, sin embargo ni se inmutó. Avanzaba notando la espuma de las olas mojándola con esa temperatura gélida que tiene el mar en el mes de diciembre. Llegó a los acantilados y subió con sorprendente agilidad sin despistarse y sin provocar ningún resbalón. Estaba ya totalmente empapada, calada hasta los huesos, con la melena chorreante y la ropa pegada a la piel. Se sentó en las rocas, en la más próxima al precipicio, sin miedo. De repente, un relámpago iluminó la bahía. Sonrió para sí, le encantaba esa escena. El viento continuaba y las olas rompían bravas contra la piedra, salpicándola hasta tal punto que a veces llegaban a mojarla por completo. Pero a ella le daba igual. Estaba asombrada ante el contexto que tenía ante sus ojos. Y es que, por mucho que el mundo lo piense, ese tópico es totalmente erróneo, no todo lo bonito siempre va atado a una calma aparente.

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