A pulso y boli bic




martes, 25 de octubre de 2011

Llegan las nubes de tormenta.

Me saludan las gotitas de lluvia desde mi ventana formando siluetas tras el cristal. La calle está vacía y el viento mece las copas de los árboles. Ya es otoño, parece mentira que a veces el tiempo vuela, que ayer hacía sol, que estábamos tumbados en la arena viendo como se deshacían las nubes sobre nosotros. Llevo el pijama rojo y negro, el calentito, el que tanto me gusta, y calcetines de esos que nunca enseñamos porque son horteras. Mírame, por favor, doy vergüenza. Y sin embargo me sonrío delante del espejo. He cambiado, al menos un poquito. Me siento algo mayor, igual hasta parezco un poco más madura. Es extraño, a mí me gusta verme como una niña pequeña. Una de esas que finge enfados tontos para llamar tu atención, que si te ríes te saca la lengua, que me cruzo de brazos y te doy la espalda disimulando una risita para hacerte rabiar. Sí, supongo estoy cambiada, pero al fin y al cabo, hay cosas que siempre siguen ahí. No puedo evitar sonreír. Una de ellas, es que me encanta mi sonrisa.

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