A pulso y boli bic




martes, 25 de septiembre de 2012

Gotitas de nostalgia.

Llueve. Lleva lloviendo todo el día y no tiene intención de parar. Los pájaros están escapando de las gotitas de lluvia, lo veo desde la ventana. No tengo ganas de nada más que de esconderme debajo de las sábanas. Odio este tiempo. Es triste, nostálgico, húmedo y gris. Aunque la verdad es que últimamente mis días también han sido grises, al menos podría venir a visitarme el sol. Jo, que es otoño, que las hojas se caen, que sopla el viento, que hay que madrugar, que te echo de menos...


martes, 18 de septiembre de 2012

La magia está en todas partes.

La ilusión existe. Por eso de pequeños nos contaban cuentos y nos hablaban de los Reyes Magos. Y sin embargo cuando crecíamos y descubríamos que las hadas madrinas y Baltasar no existen, no se rompía la ilusión. Sí, nos poníamos tristes, pero con el tiempo aprendimos a guardar esos secretos, a ser cómplices de los cuentacuentos, a mantener viva una magia que hacía feliz a muchos. La ilusión siempre se tiene, al menos yo nunca la he perdido con nada. Las cosas que nos ilusionan, suceden, pasan, a veces se acaban... Pero, ¿sabes una cosa? No te arrepientas nunca de nada, si es bueno, es un recuerdo; si es malo, una experiencia.


martes, 11 de septiembre de 2012

Con las metas escondidas.

Los caminos son largos y cortos, más empinados o más relajados, pero lo que está claro es que nunca hay dos caminos iguales. Pueden ser más fáciles, más complicados, pero cada uno de ellos es único con sus partes buenas y las que no lo son tanto. Lo que sí que es cierto es que muchos caminos empiezan en llano, y se vuelven cuesta arriba, algunas veces tanto que hay que desistir y dar la vuelta. El mío es uno de esos que empieza en un llano, en una pradera. Una pradera que se vuelve bosque, puedo escuchar a los pájaros trinar, a las ardillas saltar de rama en rama, algún paso que ha fracasado en su negocio con el silencio. El suelo es una alfombra de hojas, mullida, y la humedad se cuela en los huesos. Las hojas de los árboles no dejan sitio para el sol, que tal vez esté escondido tras alguna nube. Como dije al principio, poco a poco se hace notar el desnivel, se coge altura, la masa boscosa va apartándose dejando ante mis ojos roca. Roca y solo roca, dura, árida, fría, serpenteada por algún regadillo de agua que la atraviesa con calma. Y pasa el tiempo, minutos y horas, y el cansancio aparece, porque habrá gente incansable pero yo no me considero una figura que destaque por ello. Y tengo sed, y frío, o tal vez calor, y ya me canso de la piedra, y de las rocas, y no veo ya el bosque. Sin embargo se hace el último esfuerzo. Y, de repente, desaparece la roca, y el sendero llanea de nuevo y de nuevo aparece la hierba verde. El agua también vuelve, esta vez a chorros que me salpican de gotitas de diamante. Bebo, y me siento, y dejo que me arrope el césped mientras escucho el murmullo del río, cerrando los ojos. Todos los caminos se acaban, todos lo hacen alguna vez, nos guste o no, tengan los obstáculos que tengan, nos guste o nos duela. Y desde aquí no veo todo aquello por dónde he pasado, al menos no con detalle, solo una imagen, como un recuerdo. Porque sí, porque ha terminado. Al fin y al cabo es lo que tiene esto. Al fin y al cabo, más tarde o más temprano, todo se termina dejando atrás.