A pulso y boli bic




lunes, 13 de junio de 2011

Nunca te olvides de mi nombre.

Voy a contarte una historia. Sí, una de amor, la más bonita, dura, complicada, la más especial sin duda.
Lo conocí por casualidad, y eso que dicen que las casualidades no existen. Y se me paró el mundo, juro que se me paró el mundo. Decir que era perfecto se queda corto, porque te aseguro que lo tenía todo. Por él lo dejé todo. No me arrepiento, fue la mejor decisión que he tomado nunca, a pesar de que sabíamos que lo nuestro era una historia difícil. Una historia de película, basada en besos con sol y bajo las estrellas, de buenos días y buenas noches; en caricias suaves; sonrisas que brillaban y poco a poco enamoraban; palabras susurradas a escondidas a contrarreloj. Qué besos. De verdad, indescriptibles, lo tenían todo, como él, porque transmitían todo en centésimas de segundo, y enganchaban, aún puedo recordar su sabor. Puedo recordar sus ojos, su piel, su voz, como si fuera ayer y como si lo tuviera conmigo. Aún sueño con despertarme otra vez a su lado y sonreír, aunque sé que ya no es posible. Y como toda película tuvo su final, uno de estos entre lágrimas y dolorosos. Creo que él es el único por el cual me he sentido tan feliz, tan niña, tan tranquila; no obstante si por alguien lo he pasado mal, ha sido por él. Dicen que si no es capaz de hacerte daño es que no lo quieres. Pero llega un punto que cuanto mejor te sientes, más duele la caída. Nos separamos y seguíamos hablando, nos seguíamos queriendo. Cada día sentía que lo quería un poquitín más. Demasiada nostalgia, distancia, tiempo, angustia, amor, atracción; todo un cúmulo de cosas. Pero te aseguro que no hubo un solo día de aquí a hoy en el que no lo haya pensado, en el cual no haya recordado lo feliz que fui a su lado. Porque mi sueño desde entonces fue verlo otra vez, a pesar de las dudas, los miedos, los kilómetros; yo necesitaba verlo otra vez. A veces intentaba que la idea desapareciera, cuando no hablábamos, cuando me ponía celosa, cuando estaba triste, sin embargo me enseñaron a luchar por lo que quiero, y a él lo amo.
Así que hoy escribo como testigo de que los sueños se cumplen, si uno se lo propone, si uno no se rinde aunque se compliquen las cosas. Mi mayor sueño era volver a verlo. Mi chico perfecto, él único capaz de enamorarme, el único.
Porque volvimos a encontrarnos en un cruce de la vida, y volví a sentir todavía más fuertes esas cosquillas en el estómago; volvieron a temblarme las piernas, la voz se me volvió a quebrar, se me congelaron las yemas de los dedos después de tantos meses que parecieron años. De nuevo aquella sonrisa, aquella mirada, aquellas manos. Y los besos. Mis besos. Nuestros besos. Esos que me hicieron volar, uno de los mejores recuerdos que tengo a lo largo de mi vida.
Ahora todo vuelve a la rutina de siempre, vuelven los tiempos duros. La verdad, no sé qué va a ser de nosotros ahora, tampoco lo sabía muy bien antes. No sé si volveremos a hablar; no sé si se acuerda de mí y si en este momento está pensando en mí; no sé si ha encontrado a otra mejor que yo ni si algún día volveremos a vernos de nuevo.
Y lloro, vuelvo a llorar como antes, cada noche, aferrándome a los recuerdos, a todo lo bueno, esquivando lo malo, evadiendo lo pésimo. Porque sigo pensando en esto de seguir luchando por un sueño, aunque sea prácticamente imposible. Y, a pesar de todo, necesito y quiero volver a verlo. Lo amo, creo que de sobra lo notas. Lo amo más que a nada ni nadie, me importa más que un todo, aunque tenga que aprender a vivir sin él. Pero me es imposible olvidarlo y yo tampoco es que me lo haya propuesto.
Esté donde esté ahora, y con quien esté, aquí me tiene, a unos cuantos pasitos, pensando en él, como nunca. Lo que no quiero es que esto suene a despedida, ni mucho menos que lo sea, es demasiado imprescindible en mi vida como para eso.

miércoles, 8 de junio de 2011

Evasión

Nunca me ha gustado el mar, pero hoy la luna se refleja en las olas. Al fondo el faro saluda a las barcas que adormecen en puerto a ritmo de los acordes de una guitarra. Como una película. Voy descalza por la playa, sola, mente en blanco, pelo al aire. Se disipan problemas, dudas, miedos. A veces necesitamos estar solos para que aflore una sonrisa. Y las gotitas saladas me hacen cosquillas en los pies. No soy feliz, no vayamos a engañarnos. Sin embargo en este momento no dependo de ti. Ni de ti, ni de nada ni nadie. Porque en este momento no hay nada malo, ni siquiera tiburones. Y sonrío, al ver delfines al fondo.

Que lo que sientes no puede verse desde aquí.

Puedo coger y decirte que seré lo que tú quieras que sea. Puedo cambiar, transformarme en una nueva. Pero no. No me gusta aparentar. O me quieres o simplemente no lo haces. O te gustan mis virtudes, defectos y bipolaridades, o te disgustan. Aquí todo es blanco o negro, aunque sea la opción más complicada. Aunque convierta todo en un juego de imposibles. Sí, los imposibles claro que existen. Quizá tú y yo en el fondo lo seamos.

martes, 7 de junio de 2011

Fernando de Rojas.

Lo primero, mi mal está en el corazón, bajo la teta izquierda, pero tiende sus rayos a todas partes. Lo segundo, es la primera vez que este mal ha nacido en mi cuerpo. Nunca pensé que este dolor podría privarme de la razón, turbarme la cara y quitarme la risa, el sueño y las ganas de comer. Lo tercero, no sé la causa. Porque no ha muerto ningún familiar, ni he perdido bienes materiales, ni he tenido visiones temibles, nada.

Anticongelantes para la soledad.

Tú, que estás leyendo ahora mismo esto, o simplemente, no lo estás haciendo. Ahí fuera está nublado y hoy no hace calor; spotify está en las últimas y hay dos latas de cerveza sobre el escritorio, solo que una no está abierta. Sí, te he estado esperando aunque sé que no hay tregua. Has cambiado el punto seguido por punto y aparte, pero yo sigo aquí. No sé por qué. Tengo la guitarra desafinada en un rincón, un libro estudiado a medio tema, tus mensajes de las siete guardaditos en carpetas. Tengo carita triste y el pelo alborotado. Sí, aquí hay de todo, me sobran argumentos, objetos y promesas. Demasiadas horas para tantos días, demasiadas lágrimas para tan pocas risas. De todo, cómo en botica. Pero me falta algo, me faltas tú.

Ni con una estaca ni cien ajos consigo apartarte de mi mente.

Para, frena. Va siendo hora de que te des cuenta de la complejidad del cerebro humano. Podemos movernos, memorizar, imaginar, sentir. Podemos almacenar información, guardar recuerdos, sacarlos a la luz. Lo que me recuerda que te tengo archivado en mi lista de de momentos, al fondo a la derecha, en el apartado de sentimientos. Y los fantasmas de sus dias atacan ahora más que nunca, provocando alteraciones en mi sistema nervioso, afectando al encéfalo y la médula espinal. Dolor, es lo que provocas a tu paso, lo que dejas tras de ti. Me haces daño, te echo de menos, nos mantenemos lejos, separados por distancias demasiado largas a nivel abstracto. Debería odiarte, y no será porque no lo haya intentado. Pero no, no lo hago. Y a día de hoy no me explico cómo he podido llegar al punto de que seas demasiado imprescindible en mi vida.

Billete de ida.

Podemos tenerlo todo, pero para sentirnos realizados, nos resumimos a un solo concepto: amor. Una palabra, cuatro letras. ¿Simple, no? Y detrás de eso, mucho más. Detrás de eso, tú. Tú y todo lo que eso conlleva. Tú con tus virtudes y defectos, tú y las discusiones, las diferencias, las puñaladas. Mil rencores, las venganzas, muchas lágrimas, tantas noches sin dormir. Días de gritos, desesperanzas, y tú que te vas sin quererlo por lastimar, que me engañas, que te engañas. Despertarme de la cama y que no estás. Y cien intentos en vano de intentar volver atrás.