A pulso y boli bic




viernes, 24 de abril de 2015

Rousseau

Desear no es querer. Se desea lo que se sabe que no dura. Se quiere lo que se sabe que es eterno



jueves, 16 de abril de 2015

Días grises

La habitación estaba oscura y en silencio. Y sin embargo el silencio se sumía en el caos. Soledad lloraba en una esquina apartada y vacía, no había nadie alrededor. Estaba sola. Sus llantos se ahogaban, atragantados por las lágrimas y silenciados por los gritos desesperados de Dolor. Dolor sufría siempre, sin descanso, su piel estaba llena de hematomas y heridas que nunca llegarían a cicatrizar. Nostalgia se encontraba, como siempre, sentada en el alféizar de la ventana contemplando el horizonte, con la mirada perdida en el infinito. Hacía mucho que había perdido la ilusión de sonreir como antaño y, desde entonces, vivía impasible, ajena al mundo en inmersa en sus recuerdos inexorables.
Hacía tiempo que todo había cambiado por allí. Un día, de repente, Alegría se fue, alegando que ya casi nada conseguía hacerla sonreir. Estaba harta de Odio y de Inquina, y, dejando únicamente una nota de despedida, desapareció. No tardó en seguir su mismo camino Camaredería, tras un enfrentamiento con Egoísmo en el que sintió que ya nunca podría tener un compañero en quien confiar. Poco a poco todos se fueron marchando: Esperanza, Ilusión, Cariño, Valor... Uno a uno todos fueron sintiendo que en la habitación no tenían cabida. Cogían el hatillo y huían, quien sabe adónde. Probablemente buscasen algún sitio donde su vida cobrase sentido de nuevo. Generosidad siempre decía que había mucha gente buena dispuesta a compartir con los demás, gente altruista. Amor estaba convencido de que, aunque el mundo se derrumbase, siempre habría alguien buscando cariño. Por ello, poco a poco, allí apenas quedaba nadie. Y los que quedaban, vivían aislados en su propio desamparo, ajenos a los demás.
Sin embargo, una pequeña olvidada se había resignado a abandonar su hogar, y permanecía hecha un ovillo contra la pared, con los ojos cerrados, abrazada a sus rodillas. Felicidad nunca había contemplado la posibilidad de marcharse. Ella quería que todo volviese a ser como siempre había sido. ¿Por qué de repente se formó el caos y llegó el desequilibrio? Testaruda como era, no podía dejar que aquello acabase por conquistarlo todo. Ella quería que todos fueran felices, como siempre habían sido. Quería que todo se tiñera de nuevo de color, que ya no se sintiese un frío gélido de esos que se calan en los huesos. Quería acabar con los llantos, con los gritos, con el desprecio; erradicar el horror, la desolación y los celos.
No obstante, hasta el momento, poco había conseguido y se encerraba en si misma buscando la forma de cambiar aquella situación, frustrada y atormentada, como quien nunca nadie hubiese pensado que ella podría llegar a sentirse. 
Al fin y al cabo, la felicidad tiene un precio. 

 

lunes, 13 de abril de 2015

Puntos de vista

Una vez, en una conferencia, el ponente contó un chiste. Todo el mundo se echó a reir. Un chiste buenísimo. Después de que todos se desternillasen, aplaudieron y se quedaron en silencio. El ponente volvió a contar el chiste una y otra vez, decenas de veces. Nadie reía, todo el mundo acabó enfadado. Finalmente, el hombre se calló y dijo "Si no sois capaces de reíros más de una vez con un chiste, ¿por qué lloráis una y otra vez por el mismo problema?" Y se fue.