A pulso y boli bic




jueves, 17 de enero de 2013

Mentes que vuelan mientras duermen.

Los mejores sueños dicen son aquellos que no recordamos cuando abrimos los ojos. Los rostros que en ellos aparecen cuentan que son de caras que alguna vez hemos visto y no hemos olvidado por la razón que fuere. La complejidad de los sueños puede llegar a ser abrumadora. La mente se separa del cuerpo, y se convierte en un espíritu ligero que vuela despertando a los recuerdos que se esconden en los recovecos más recónditos de su interior.
Soñamos con gente que queremos, que nos importa. Nos trasladamos a un mundo en el que no podemos fiarnos de nada, porque en él, nuestra imaginación traidora puede transformar el mejor momento en el peor de nuestra existencia. Soñamos con personas que apreciamos, y es en los sueños donde a veces nos damos cuenta de a quién valoramos realmente. La amistad, y también la enemistad, se realzan en nuestra imaginación nocturna, intensificando o rompiendo los lazos que establecemos con dichas personas. 
Otras veces, por el contrario, no soñamos con nadie más que con nosotros mismos. En algunos casos vemos cumplidas nuestras más ansiadas utopías y en otros, todo lo contrario, nos vemos envueltos en las pesadillas más terroríficas hasta que terminamos despertando con el corazón palpitando como si quisiera salírsenos del pecho. 
El amor también hace acto de presencia en los sueños, enseñándonos a menudo la mirada de alguien especial, capaz de movilizar en un instante a todas las mariposillas que descansan en nuestro estómago. Supongo que si recordásemos todas aquellas historias que vivimos cuando somos presos de Morfeo, podríamos escribir un voluptuoso y original libro con mil historias fantásticas, y para mí los mejores capítulos serían sobre todo esos donde interviene el amor. También lo serían los sueños donde veo realizados mis sueños. Todo aquel sentimiento que despertase en mí la más mínima satisfacción tendría cabida en un volumen de esos. 
Quién pudiera escribirlo... redactarlo, saborear y plasmar con palabras todas esas emociones por las que tantas veces nos desvelamos de madrugada. Representar todos los miedos, los deseos, las ganas de dormir para aventurarnos de nuevo a la incertidumbre. Qué placentero sería hacerlo. Y, al final, cuando estuviese acabado, si es que alguna vez una historia que habla de todo lo que soñamos, tema interminable, pudiese acabarse, qué íntimo y especial sería encuadernarlo y dárselo sólo a aquel o aquella que considerásemos merecedor de tales confidencias. Confidencias, porque no es ninguna mentira el decir que muchas veces optamos por ocultar nuestros sueños por corte, timidez y vergüenza. Sin embargo, creo que después de todo, siempre hay alguien dispuesto a escuchar nuestros más íntimos testimonios, aunque omitamos parte de ellos. Aunque los omitamos... sí... Omitirlos. Hasta que llegue un día que no necesitemos eso, y nos sintamos lo suficiente ligeros y nos liberemos de ese noseloqué que nos frena a la hora de contarlos todos, hasta que se esfume toda esa vergüenza. Entonces, hablaremos, y las palabras fluirán como corrientes de un río ávido de desembocar en el océano. Y, cuando llegue ese día, seremos los más afortunados por tener a alguien a quien haberle confiado nuestros más simples secretos.



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