A pulso y boli bic




domingo, 26 de febrero de 2012

Come with me.

Más allá del zumbido de una ciudad en pleno apogeo, lejos del tráfico, de las luces y de la multitud que avanza estresada chocándose entre ella. Más allá de cualquier autopista, avanzando por un camino que evoluciona de asfalto a gravilla y tierra seca, para después salir de cualquier sendero balizado y pisar la hierba descolorida de un invierno que se hace notar. Poco a poco los árboles se apoderan del terreno, imponentes ante un ser de una estatura como la que podría ser la mía, y el ambiente es invadido por el sonido de los acordes de los pájaros al entonar su variopinta melodía junto con el murmullo de un río que no se deja ver. Tal vez, si uno va atento y se fija en las ramas, pueda ver cómo las ardillas juegan al escondite, cómo regresa al hormiguero la hormiga. Y, al final de una caminata sin una dirección determinada tras un tiempo tan indeterminado como el espacio recorrido, unas rocas se presentan cómodas invitando a sentarse a todo aquel que se presenta por su hogar. Entre el follaje se descubren algunos claros, enseñando un cielo que se oscurece y por el que empiezan a aparecer las primeras estrellas y una luna tímida. No muy lejos, las aguas que hasta el momento habían pasado desapercibidas aparecen tranquilas en un regato que se estanca y forma una pozas de agua que a pesar de la falta de luz brilla. Parece tentador tumbarse por cualquier parte de ese lugar al que uno no sabe muy bien cómo llegar, que sale de la casualidad. Un lugar al que no llegan los coches ni cualquier tipo de cable, supongo que tampoco habrá cobertura y no lo frecuenta nadie; ahí seguro que poco importa la ropa que lleves o cómo te hayas peinado. Sí, yo quiero ir ahí, pero no me gustaría ir sola. ¿Tú sabrías llevarme? No, no, para, para… igual no he formulado bien mi pregunta. ¿Tú querrías venir conmigo?

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