A pulso y boli bic




domingo, 10 de noviembre de 2013

¡!

No sabría decir si era de día o de noche, porque aunque creo recordar que todo empezó cuando comenzaba a oscurecer, había una claridad propia de una mañana invernal. El bosque era denso, y los árboles tenían unos troncos delgados y muy altos, parecía que las copas rozaban el cielo. La hierba estaba seca, amarillenta, y había maleza a ambos lados del camino, que estaba perfectamente marcado. Caminaba por un lugar que me resultaba extrañamente familiar, pero no sabría decir por qué; tampoco sabía adónde iba, y sin embargo caminaba como impulsada por una fuerza invisible. No se escuchaba nada y no había nadie cerca, y al mismo tiempo era como si alguien o algo me estuviese observando desde alguna parte que yo no alcanzaba a ver. Llegados a un punto la senda se dividía en dos, por la derecha continuaba más o menos llana, y por la izquierda empezaba a ascender. Estaba segura de que el camino correcto era el camino de la derecha, y sin embargo algo dentro de mí me decía "Vamos, sube, tienes que subir", al mismo tiempo que mi cabeza no quería hacerlo. Sabía que no debía tomar el sendero que subía, pero lo hice. No quería, pero lo hice como si alguien me diese un empujón. Y lentamente continué andando, inquieta, en silencio. A medida que avanzaba mi respiración se entrecortaba y el aire estaba cada vez más cargado. Estaba inquieta, cada vez más. Notaba como si tuviese varios pares de ojos clavados en mi espalda, pero me sentía incapaz de retroceder y sin detenerme andaba y andaba. Anduve durante un tiempo que se me hizo interminable, tal vez fueron solo unos minutos, aunque a mí me parecieron horas. De pronto, la senda llaneó de golpe y me encontraba en un camino aéreo. Seguía en el mismo bosque, con el mismo suelo de tierra y hojas secas. Pero a mi alrededor no había nada, no sé si era niebla o el mismísimo vacío. El silencio era terrible y amenazador, e inhalar aire se estaba convirtiendo en una misión complicada. Estaba asustada. Me detuve, exhausta. Tenía que volver cuanto antes y escoger la ruta acertada al llegar al desvío. Mi corazón estaba acelerado, y yo intentaba estar alerta. Inspiré profundamente y eché a correr de vuelta. Corría lo más rápido que me permitían las piernas, que me dolían. Tropecé varias veces y una me caí. El pelo se me metía en la cara y la garganta se me secaba a cada segundo más y más. De pronto, me di cuenta. Ya no estaba en el mismo lugar de antes, quiero decir, sí, pero había cambiado. Ante mí había una cuesta enorme, imponente, por la que yo no había pasado. El silencio me estaba matando, y tenía calor, pero un escalofrío recorrió mi cuerpo. Entonces los vi. No sé qué demonios eran esas cosas. Tres figuras negras, levitando, dos en la mitad de la cuesta y una más al fondo. ¿De qué estaban hechas? Eso no era carne, diría que era una sábana desgarrada si se tratase de un disfraz de Halloween. Pero no estaba yo como para bromear. ¿Estaban de espaldas? Yo no les veía la cara y no obstante sabía que me estaban mirando, o sintiendo, o lo que fuera. Y de repente me entró el pánico. No pude ver cómo, pero en una milésima de segundo me estaban rodeando y yo tirada en el suelo boca arriba. Noté como algo chocaba contra mí y yo perdía el equilibrio. Uno de ellos, uno de esas cosas se acercó peligrosamente a mí y me di cuenta de que no tenía rostro. Me invadió un frío gélido, cada vez se me acercaba más y más, y cada milímetro menos a medidad que la distancia entre ambos se acortaba podía sentir como se me iba poco a poco la vida, y el alma. Dolía, era un dolor desgarrador. Quise gritar, pero no pude. Cerré los ojos muy fuerte, y entoncés desperté. Todo había sido una pesadilla, y me di cuenta al instante de que no era la primera vez que soñaba con eso.


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