A pulso y boli bic




jueves, 28 de junio de 2012

Coucou, mon amour.

El mundo es variopinto. Hay gente extraña, aunque claro, ¿qué es para nosotros lo normal? Hay personas que son como un libro abierto, que las miras y puedes devorar capítulos de emociones sin necesidad alguna de articular palabra. Hay otras que son todo lo contrario, que cuando las miramos nos chocamos con unos ojos de hielo y rebotamos. Pero ante todo, yo no encuentro un término medio entre ambas, y podría decir más que la primera definición encaja más con mi forma de ser. A veces me gustaría ser una muñeca rusa, de esas que las abres y te encuentras con otra, y otra, y otra más. Capa a capa, podría reservarme muchas cosas para mí, sería fácil no posicionarme ante nada, u ocultar mis emociones, tragarme mis palabras. Siempre habría un muro infranqueable que le impidiera a nadie meterse donde no le llaman. Pero, ¿sabes? Habría un problema, bueno, no, no sería un problema. Siempre hay excepciones que confirman la regla. Las muñecas rusas están hechas de madera, y la madera con fuego se quema. Y cuando te miro, adiós madera y adiós muñecas. Y en un segundo todo se desmorona y la verdad es que me da igual, no me descoloca. Eso podría ser la explicación a muchas cosas. He aprendido a mirarte sin bajar la vista y sonreír como respuesta a los silencios, a callarme cuando quiero decirte más de lo que puedo. Me gusta. Me hace sentir bien, de sobra lo sabes. Por eso, a veces, tengo que pedirte que te marches, porque aunque el tiempo quiera pararse nunca lo hace, porque si por mi fuera, no te dejaría irte. Al parecer, las muñecas rusas también son capaces de ponerse sentimentales. Te voy a echar de menos.

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