A pulso y boli bic




lunes, 18 de junio de 2012

First award.


A mi familia le encanta viajar. Desde pequeñita me he acostumbrado a escaparme los fines de semana a conocer lugares nuevos y a pasar los veranos fuera, lejos del ruido de los coches y de la monotonía, pero sobre todo lejos de cualquier sitio que responda al nombre de “ciudad”. He aprendido a disfrutar de la calma de los lugares tranquilos, a apreciar el paisaje sea cual sea, a fijarme en los pequeños detalles que conforman la grandeza de las cosas. Tal vez sea ese el motivo por el que, a pesar de que yo no sea el mejor ejemplo para hablar de esto, de vez en cuando tenga conciencia para intentar eso de hacer el mundo un poquito mejor.
Siempre me ha llamado la atención la forma de hacer las cosas en los sitios pequeños. Por las mañanas todo el mundo sale con su carrito y se va a hacer la compra; y es curioso que, como en una escena de película americana, los niños van en esas bicis con cestita llevando el pan al mismo tiempo que hacen carreras entre ellos gritándose y riéndose. Allí cuando asoma el buen tiempo, verás las ventanas abiertas de par en par, dejando que la luz se cuele por ellas. Me encanta pasar por la calle y escuchar el runrún de una tele de alguna casa, el llanto de un bebé al que quizás se le haya caído el chupete o alguna risa de alguna pareja, como si yo también fuera un rayito de sol que me cuelo sin ser vista haciéndome partícipe de alguna historia ajena por unos segundos.
Yo soy la primera que cuando me piden un sábado a la mañana que baje a comprar el pan me quejo. ¿Por qué no llegará él solito hasta la cocina? Sin embargo, tampoco tiene que ser así. Supongo que al fin y al cabo no cuesta salir cinco minutos; como tampoco es para tanto ir hasta clase andando, aunque pasemos un poco de frío en esas mañanas que a uno le gustaría quedarse entre las sábanas; o tampoco nos hace falta tener toda la casa iluminada, a no ser que hayamos visto una película de miedo y no tengamos a quien abrazarnos.
Algo que también me llama la atención, las pocas veces que voy a una ciudad, es el contraste existente entre unas y otras, entre zonas y zonas. Podemos estar en una calle donde apenas hay suciedad y están los contenedores perfectamente colocados, a encontrarnos a la vuelta de la esquina en otra donde las bolsas de basura se acumulan unas encimas de otras.
No obstante, a pesar de todo esto, no es necesario viajar para ver lo que yo estoy contando ahora. Puede que nadie conozca los sitios que yo visito, pero no hace falta ir tan lejos.
Creo que todos hemos tirado alguna vez un papel al suelo, y creo que también todos hemos preferido en más de una ocasión un trayecto en coche a sobrevivir a esos días de lluvia en los que parece que se avecina un apocalipsis. Pero en los tiempos que corren, de vez en cuando, podríamos renunciar a un poquito de nuestra comodidad.
Vivimos en unos tiempos donde tenemos todo cuanto deseamos, donde se nos consiente aunque no sean las mejores épocas. No estamos en la Edad Media y tenemos medios suficientes para conseguir lo que queremos cuando lo queremos. Y sin embargo siempre queremos más, y siempre queremos lo mejor y lo más nuevo. ¿Qué nos cuesta vivir con un poquito menos?
Siempre he pensado que cuando nos dicen cosas como que debemos tratar de conseguir la paz en el mundo, acabar con la crisis o con la contaminación, nos hacen pensar a grandes rasgos cuando lo que debemos hacer es poner un poquito de nuestra parte pensando en cómo podemos ayudar nosotros, y no intentar ser superhéroes que quieren salvar el mundo. Siendo un poco realistas, no somos capaces de hacerlo.
No obstante, empezando por nosotros podemos hacer muchas cosas. Cuando vayamos por la calle, podemos esperar a llegar a una papelera y no tirar el envoltorio de un chicle o de un helado al suelo. Podemos separar la basura tal y como nos enseñan tantas veces en casa y en el colegio, apagar las luces cuando no hagan falta; podemos no comprar por comprar y comprar solo lo que necesitemos, utilizar la última hoja de la libreta que siempre pintarrajeamos para apuntar cualquier cosa que nos haga falta en algún momento sin necesidad de gastar trescientos folios, usar esas bolsas de tela que ahora hay por todas partes para ir a hacer la compra.
Al fin y al cabo no son grandes esfuerzos, son detallitos posibles en nuestro día a día, nuestra rutina. Detallitos que nos ayudan y que ayudan a los demás, que ayudan a nuestro entorno. Ya no solo por todo eso de contribuir con nuestro medio, sino también por reducir en la época por la que estamos pasando. Tenemos cabeza, y no es solo para peinarnos, también debemos ser conscientes de la realidad que nos absorbe. Y somos nosotros hoy en día, los jóvenes, quienes debemos mover las cartas a nuestro antojo. La partida no es otra que la de nuestro futuro y nuestra sociedad, y por mucho que otros ayuden, los jugadores somos nosotros. Debemos luchar, ayudar y poner nuestro granito de arena apostando por lo que queremos, por nuestras ambiciones. Y una de ellas es esa, aprovechar, saber vivir bien con lo justo, siendo todo eso que nos enseñan, en este caso un poco ecológicos, sin demasiados caprichos y con un poco de conciencia. A ninguno de nosotros se nos van a caer los anillos por meter el papel en el contenedor azul, la lata de coca-cola en el amarillo y las sobras de la comida en el verde. Muchos ya lo hacemos, ¿no? Y los demás no sé a qué están esperando, como he dicho antes, esto es como un juego y el juego ya ha empezado, el tiempo pasa y no va a esperar por nosotros. Así que sin más, vamos a ponernos en marcha, a sacarnos un as de la manga, y a ir a por todas. Vamos a jugar para ganar y a hacer con todas estas pequeñas cosas algo grande. Vamos a hacer de nuestro mundo un mundo mejor.

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